El automóvil transmite su poder fantasmagórico a un determinado
conjunto de prácticas. Puesto que ya no se puede
jugar con el objeto mismo, se jugará con la conducción.

Roland Barthes

 

   

La Revolución Industrial del año 1700 significó un paso importante para la ingeniería mecánica; pues, en la ciudad de Mannheim, Alemania, se fabricó el primer automóvil que salió a la luz en 1769. Fue un hito que marcó el inicio de la sociedad del consumo capitalista que ha provocado la aceleración vertiginosa de la vida contemporánea.

    Latinoamérica se integra a la masiva demanda de autos provenientes de los EEUU y de Europa; por lo que, en 1902 Perú adquirió la patente para fabricar automóviles y así abastecer al mercado suramericano. Sin embargo, países latinoamericanos continuaron importando los automóviles extracontinentales de forma masiva.

    El automóvil dio el paso a nuevos imaginarios sociales a lo largo del siglo XX: movilidad rápida y eficiente, estatus social, y a nivel psicológico, generó bienestar personal, seguridad familiar e incluso control y dominio sobre otros. Con el tiempo el automóvil se constituyó en un elemento que generó emociones fuertes para los conductores al llevarlo a un nivel de deporte competitivo de raudas acciones libertinas y de ocio con adrenalina.     

Del estatus a la adrenalina: el automovilismo como deporte extremo

   La globalización cultural y los códigos del consumismo emergen en la necesidad vehemente por la adrenalina y el poder de control humano sobre la máquina. Nacen las competiciones automovilísticas con la variedad de categorías, que dependen de las altas dosis de inversión de dinero para adecuar el cilindraje, la carrocería, la tracción, etc., según las exigencias de la topografía urbana o/y rural. Criterios profesionales que se adecúan reglamentariamente a los contextos deportivos.

     En Ecuador permanece el acervo cultural por la tradición del automovilismo clásico y moderno. El contexto de las festividades populares; por ejemplo, es el punto de encuentro de la población que acude a espectar el automovilismo lúdico y extremo. 

    Finalmente, las competencias llevadas a cabo, sobre landas y agrestes pistas, son los lugares de emoción, la pasión, el peligro y la adrenalina que conlleva la proximidad del hombre hacia el rugir de los motores, la potencia de sus caballos de fuerza, el sublime olor del combustible de alto octanaje  y el verduzco y denegrido aceite que lubrica los engranajes en un vertiginoso y acelerado movimiento.

Autor: Kino Ben Al Kázar